1- El
libro de los Seres Imaginarios, Jorge Luis Borges, Editorial Bruguera, S.A.,
Colección de
Literatura
Universal Bruguera, Primera edición en Club: agosto, 1980, 211 páginas.
Un entretenido
catálogo en el que Borges ha reunido, con su estilo característico, lleno de
erudición y no exento de comentarios, a
los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y el espacio, la
fantasía de los seres humanos. Es un libro que se lee con deleite y que se
queda en algún rincón de la biblioteca como libro de consulta permanente. En él
desfilan seres de la tradición de diversas culturas con otros de creación
literaria, algunos ya conocidos en la mitología helénica y otros desconocidos
pero no menos sorprendentes de las tradiciones árabes, judaicas, chinas,
escandinavas, etc.: las arpías, el ave fénix, el basilisco, el caballo de mar,
el cancerbero, el centauro, la hidra de Lerna, el grifo, el hipogrifo, la
esfinge , Escila, los dragones, los elfos, las sirenas, las salamandras, el ave
roc, la anfisbena, Bahamut, el Behemoth, la Banshee, la mandrágora, las ninfas,
el minotauro, los trolls, el unicornio, el Simurg, el zorro chino, etc. De
todos, quisiera destacar al Simurg, un pájaro inmortal que anida en las ramas
del Árbol de la Ciencia. Farid al- Din Attar, poeta y místico musulmán persa,
lo eleva a símbolo o imagen de la divinidad en el Mantiq al- Tayr (Coloquio de
los pájaros). El argumento de esta alegoría es el siguiente: El remoto rey de
los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de China una pluma espléndida,
los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el
nombre de su rey quiere decir “treinta pájaros”; saben que su alcázar está en
el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio
algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro,
la belleza que es la razón de que viva enjaulado; la perdiz no puede prescindir
de las sierras, ni la garza de los pantanos, ni la lechuza de las ruinas.
Acometen al fin la desesperada aventura; superan siete valles o mares; el
nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos
peregrinos desertan; otros mueren en la travesía. Treinta, purificados por sus
trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo
contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg, y que el Simurg es
cada uno de ellos y todos ellos.
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